Uno de los nuevos personajes que van a pulular ocasionalmente por aquí es la forma humana de mi loro Jacob. No sé si dará mucho juego, porque el tío tampoco es un fiestas, pero al menos lo intentaremos.
En esta ocasión, este plumífero (aunque en las viñetas ya no) personajillo protagoniza una de sus más recurrentes muestras de subnormalidad absoluta. He aquí la escena del puñetero.
Pues sí. Jacob suele tocar mucho los bolindres cuando se aburre de estar en su solitaria habitación. Se da golpes contra las paredes, grita chirriantemente e incluso hace amagos de ahorcarse en su columpio o de arrancarse la cabeza con las garras de gavilán que me lleva. Pero claro, tener suelto a semejante individuo durante mucho tiempo no es plato de buen gusto. Cuando la paciencia de los que lo rodeamos llega a su fin, hay varias opciones: trasladarlo a un lugar oscuro y que se eche una siestecita, asesinarlo brutalmente, darle un cojín (este aspecto será explicado en breve; un adelanto: es algo sexual) o, Dios nos libre, sacarlo a dar un paseillo.
El problema viene cuando el hijoputa mamonazo se queda dentro con la puerta abierta y sigue gritando como un becerro, aumentando la desesperación y las ganas de matar de sus acompañantes. A pesar de indicarle de forma explícita la salida, el tiparraco se queda como un pasmarote hasta que lo tienes que sacar a la fuerza, porque encima pone resistencia.
Jacob es un dador de risas sin fin (aunque supongo que sí hay fin y está cerca). Esperemos que en la próxima de sus aventuras no sufra un intento de asesinato.
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