lunes, 19 de diciembre de 2016

Puericultura avanzada: el Eucalipto del Tétanos

¡Buenaaas! ¿Cómo va la vida? Ayer tuve una guardia buenecita, así que esta mañana me he cargado de espíritu navideño y he salido a hacer gastos mil para que mis seres queridos disfruten de sus merecidos regalos por aguantar mi existencia. Además, mi padre me ha invitado a comer churros. Por cierto, los de Badajoz son los mejores del mundo y no hay ningún tipo de discusión que valga, lo siento.
Pues después de contaros mi apasionante vida, hoy traigo una cosita de la que guardo muy buenos recuerdos. El Eucalipto del Tétanos. No parece que el título de la entrada premonice una fantástica e higiénica aventura, pero se trata de una historia llena de bellos momentos y lecciones de vida que te hacen ver lo bonita que es la amistad y la futilidad de la infancia. Postdata: NO.
También va a servir esta entrada como elegía al mejor árbol que ha existido, puesto que mi querido eucalipto del tétanos fue asesinado. Pero bueno, antes de contaros su breve historia, un fidedigno retrato del vegetal.


Yo soy el del palo. Teníamos que tener palos por si otras bandas rivales querían quitarnos el sitio. Es mentira.
Antiguamente, al lado de mi casa había un descampado. Pero no un descampado normalito, no. Un descampado de varias hectáreas abarrotado de maleza (en su mayoría, cardos borriqueros), entre la cual podían encontrarse diversos tesoros: latas, cristales, escombros, basuras de todos los colores, ladrillos y, por supuesto, tablas de madera con multitud  de clavos oxidados que invitaban a ser pisados por niños inocentes. Y de ahí el bautizar al único árbol que había en el descampado como el Eucalipto del Tétanos, por la horrible infección que guardaba a sus pies.
Los niños del barrio pasábamos horas entre esos peligros cortantes e infectantes para acompañar a nuestro querido árbol. Le hacíamos compañía mientras él nos proporcionaba sombra, asiento (gracias al tocón que dejó su hermano gemelo decapitado) y cosquillas, por los insectos que en él habitaban.
Eran buenos tiempos. Pero, un día, se decidió construir un parque, y no había lugar para el Eucalipto en él. Fue talado y, donde él vivió, ahora reposan unos columpios atestados de niños que no sabrán nunca lo que es jugar con un verdadero árbol. Es verdad que el parque es bonito y da muchísima mejor imagen que un solar lleno de enfermedades, pero el Eucalipto era más que un árbol. Era un amigo.
Vale, y después de llorar, a seguir pensando en las cosas de la vida. Sobrevivid a vuestras familias estos días. ¡Muaks!

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