Los calvos me han ayudado últimamente a publicar alguna cosilla, altruistamente, todo hay que decirlo. La entrada que protagonizan hoy no es sobre la muerte, gracias al señor (ya estaba dando un poco de mal rollo). Lo que hoy traigo es una interpretación literal, de esas que me gustan a mí.
Odalberto es un maleante de poca monta, cuyas únicas actividades son delinquir (o "delincuir", según quieras decirlo bien o decirlo como Chaves) y cuidar su tupé de rebelde totalmente estereotipado. Es una lástima que haya topado con el agente Filadelfo, un policía corriente y moliente, pero que cuenta con un misterioso poder: todo lo que dice se cumple, independientemente de lo gilipollesco o irreal que pueda llegar a ser. Vaya frasecita ha ido a escoger. Menos mal que Filadelfo sólo usa su poder para hacer el bien (y ganar alguna que otra vez la lotería). Tanto echaba de menos Odalberto a su tupé, que Filadelfo se apiadó de él y le dijo que recuperaría su añorada melena (mentira; Odalberto se quedó con cielos despejados forever and ever).
Por ahora no saldrán más historias de calvos por aquí (básicamente porque no tengo más cosas relacionadas con ellos; en cuanto tenga alguna, la meto con calzador). Y en breve, la segunda patochada.
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