El otro día, como el genial nieto que soy, llevé a mi abuela al médico por los dolores que tienen las señoras mayores, seguramente para llamar la atención. A petición de mi tío Juanda, he hecho esta viñeta que es a la par graciosa y realista. Lo he podido comprobar miles de veces, tanto al llevar a mi abuela a su simpático y cercano doctor como en las prácticas: las señoras deciden su tratamiento y dirigen a su antojo a los profesionales sanitarios. Sin ir más lejos, mi abuela fue exclusivamente para que el médico le recetara los medicamentos que ella quería y que le cambiase uno que no le gustaba. El doctor simpático accedió, mostrando su gusto por su trabajo y sus ganas de preocuparse por sus pacientes. En resumen fue así, aunque el médico no es igual. He dibujado a un médico inexistente, porque el otro me cae muy mal y no se merece una caricatura, ea:
Mi abuela es también la típica señora que llega a la sala de espera y comienza a interrogar a los presentes, para tener controlados a los que entran antes que ella y, sobre todo, a los que entran después, para que nadie se cuele, bajo pena de fuerte tortura. Además, aún sabiendo quién entra o deja de entrar, se levanta cada vez que la puerta del médico se abre, no sé con qué intención, pero lo hace. Mi abuela tambíén se une a las señoras que se quejan de lo que tardan en llamarte, de cuánto se tarda en pedir cita, de los medicamentos que no entran en el seguro y demás cosas de señoras.
Pero cuidado: en un futuro, espero que muy lejano, todos podremos ser como las abuelas de las que nos estamos riendo ahora, así que, a reírse con más ganas, que luego la tomarán con nosotros.
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