viernes, 7 de agosto de 2020

Retahíla de chistes malos, segunda parte

Bueno, pues ya terminé la primera semana post-reincorporación y estoy en la mierda, así que me espera un fin de semana con altas dosis de horizontalidad. ¿Y qué mejor manera de empezar el fin de semana escribiendo tonterías pseudointeresantes? Pues seguro que hay mil millones de formas, pero ésta es la que se me ocurre a mí y se puede hacer perfectamente sentado y ligero de ropa.

Como lo de los chistes malos es una cosa que me sale sola, voy a seguir con la serie que empecé hace unas semanas. Y además de que me sale sola, hay un montón de gente que me anima a seguir con mis andaduras por el humor más básico y generador de vergüenza ajena (es cierto que una persona no conforma un montón de gente, pero uno se engaña a sí mismo para animarse). Hala, vamos con la gilipollez.



Fredesvindo es un hombre muy correcto. No le gusta juntarse con gente impetuosa o que no respete a los demás. Por eso, siempre está llamando la atención a sus coetáneos cuando hacen algún comentario fuera de lugar. Por supuesto, sus coetáneos piensan que Fredesvindo tiene un palo metido por el culo y que es un cortarrollos del copón. Cállate de vez en cuando, Fredesvindo de los cojones.

Supongo que mi enfermiza prudencia me evita meterme en berenjenales con asiduidad, pero de vez en cuando no puede uno resistirse y acaba metiendo la pata gravemente. Nada que unos cuantos sobornos no puedan solucionar.


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