Esto de estar de vacaciones tiene sus problemas, no te creas. Sí, aprovechas todo el tiempo que tienes en cosas trascendentes (nótese el tono irónico), pero sabes que tiene fecha de caducidad, conforme avanzan los días la sensación de una traición provocada por uno mismo se hace más y más patente. Y luego, la vuelta a la realidad más cruda que te puedas encontrar.
Bueno, para animar el cotarro hoy traigo una situación bastante triste en la que creo que nos hemos visto todos en alguna ocasión. Al menos, yo la he vivido alguna que otra vez.
Esos días en los que te fías de tu propia vista en vez de comprobar la previsión del tiempo en el móvil, te asomas a la ventana y sientes un esplendoroso sol bañando tu precioso rostro. Pero el destino te la tiene jurada por aquello que hiciste (sí, eso) y vuelves a casa bien duchadito. A veces el buen tiempo se mantiene unas horas, justo hasta que sales del trabajo o de clase o de dónde quiera que vayas, resultando en regocijo para ti y los demás idiotas que pensaron como tú. Aunque siempre hay un listo que vio en las noticias que iba a llover y saca su magnífico paraguas con una sonrisa de superioridad.
En fin, estos días ni gota de agua. Nuestros 40 graditos diarios no nos los quita nadie. ¡Qué ricos!
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