Sí, risas mil, porque soy humilde y no pongo risas millones. Esto es un bonito juego de palabras que se me ocurrió el otro día en una clase de estas buenas y divertidas que hacen que vengan las musas para que pienses en todo menos en tomar en apuntes. Esta ocurrencia tiene como protagonista a un grupo de profesionales en general incomprendidos y que, gracias a alguna que otra película de Hollywood, se asocia al demonio, a no poseer alma y a ayudar a sortear a la Justicia a los más peligrosos y crueles delincuentes: los abogados. Y como soy de esos que encuentran recursos para todas sus chorradas hasta debajo de las piedras, pues mi cerebro ha creado esta magnífica idea que podría considerarse una acertada apología al humor en todo su esplendor:
Curiosos personajes estos abogados, avariciosos, sedientos de poder, faltos de moral, siempre maquinando la forma de sacar más y más dinero de sus clientes, buscando pruebas de sus coartadas en los lugares más recónditos, insospechados y nada recomendables. Mejor no necesitar ninguno nunca, pero, si lo necesitáis, escoged bien: no elijáis al de la sonrisa malévola o al que todavía tenga las cicatrices de la extirpación de los cuernos que suelen llevarse en su lugar de procedencia. Tampoco elijáis al que parezca una bellísima persona, pues es seguro que tenga algo que ocultar, malísimo a ser posible. Elegid al tío que parezca más normal, un tío que pudiera pasar por vuestro vecino. Así habrá menos probabilidades de que pertenezca a una asociación mafiosa. Que lo paséis bien y cuidado con esos letrados (en ocasiones iletrados).
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